Felicidad tocando el viento

Cuando tenía 9 años y mi hermana 12 soñábamos con que ella a los 18 tendría coche, bajaríamos las ventanillas, yo me dejaría el pelo largo, sacaría la mano como en el anuncio de BMW y viajaríamos siempre en verano con la música muy fuerte por carreteras secundarias. Nunca lo hicimos.

Todos nos habremos imaginado como sería nuestra vida de “Adultos” (y pongo las comillas aunque las odie porque estoy dando el paso hacia el amor irónico con mucha valentía), pues la mía no tiene absolutamente nada que ver, el problema es que creo que sigo siendo muy parecida a cuando tenía la edad del sueño BMW. No me considero oveja negra, aunque según “algunos”, lo soy. Lo que está claro es que soy justamente lo que quiero ser, es decir nada de lo imaginado por “ellos”, y soy feliz.

No soy una bobalicona absurda aunque muchas veces lo parezca, la estupidez premeditada es una estrategia, es saber lo que te importan las chorradas de la vida. Nunca me veréis enfadarme por un día lluvioso, por una pérdida material, por un trabajo, por arribismo, por un puñetero mal día, lo único que haré será llorar por la gente que lo hace. Me ha costado llegar a esta conclusión, en un principio pensaba que no podría vivir “dignamente en sociedad” (otra vez mis amadas “comillas”) pero, ALELUYA, un día te levantas y te das cuenta de que o eres como eres o la cagaste Burt Lancaster, así que desde hace más de un lustro y pese a las críticas de los demás hago lo que me hace más feliz (sin exagerar), y también a los queridos “demás”, porque aquí viene otra vez el rollo familiar, el tópico tan bien extendido de que a ellos no los eliges y a los amigos sí.

Y estos últimos son lo mejor después de que te acaricie el viento la mano cuando la sacas por la ventanilla del BMW. Y de que te bese el Che.

No me gusta conducir.