La ventana de enfrente ¿?

Las decisiones se toman solas. Nada que ver con la madurez ni con la meditación, ellas toman las riendas de los días a lo Clint en un spaghetti western y se desbocan con un sentido de la realidad que es mucho más honesto que los que tú le podías aconsejar.

Miro la ventana de enfrente, la maravillosa Finestra di fronte, y sé que quiero atravesar el patio de Eduard Fernández, sin ninguna ficción (ya hablaré de la última de Cesc en otro momento o cuando la decisión lo decida) para meterme en ese cuadrado perfecto (los círculos pasaron a la historia ) y dejarme envolver para siempre por la frase de “Es más linda ella…” sin saber nunca quién es realmente ella. Aunque a veces, muy pocas, y cuando llevo unas cervecitas de más imagino que soy yo.

Hay un amigo de un amigo de un amigo cuyo nombre no viene al caso que tiene un problema con las decisiones, las suyas, las pobres no tienen autonomía, él las controla y nunca es feliz. Pierde un tiempo increíble en tomarlas, y no las toma, se refugia en ensoñaciones absurdas para no dejarlas el bendito libre albedrío, y las pobres se desgastan tanto que terminan cual boa constrictor sin poder escuchar al Principito. Pobres decisiones, a ellas les gustaría lanzarse a pasear, a follar, a recorrer rinconcitos y esquinas y no las dejan. Deja a tus decisiones en paz. Por favor, me lo han pedido más de una vez al escapar de tus horas muertas… Lo digo por los dos, bueno por los tres, y ese tres es el que más me importa, porque adoro al tres y no quiero verlo triste.

Una decisión se tomó así misma hace un par de días, me ha encantado su forma de reaccionar. Y me ha hecho más feliz, si cabe.

El viernes nuestras decisiones optaron por desenfundarnos de los yamamotos y nos movimos por cutreríos impropios de BLOGGERs DELUXE … Tan divinamente sencillos. Tan especiales.