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10 cosas de una vida incompleta

¿Os habéis sentido alguna vez como que no tenéis nada completo? Que las cosas están a medias y no sabes cómo hacer para cerrarlas y terminarlas. Quizás es que no se pueda. Pero la sensación es de vacío. Hoy me siento así. Son las dos de la mañana y tres minutos y para paliar este nudo existencial y que me vuelva el sueño voy a hacer una lista chorra sobre cosas que hacen que sientas que tu vida sea incompleta. Ya sabéis, se trata de ese tipo de listado que tanto se llevan y que los medios de comunicación tanto utilizan para conseguir más visitas, objetivo que no es el mío. Si tenéis alguna que añadir,  bienvenida será: 1- No tener una casa propia. 2- No haber escrito nada bueno. 3- No tener un trabajo que te guste. 4- No sentir una vocación por nada en concreto. 5- Ir de puntillas sin hacer ruido. 6- No quejarte lo suficiente. 7- No decir lo que piensas (ésta va muy relacionada con la 6).. 8- No gritar cuando lo necesitas (ahora mismo). 9- No cumplir tus sueños, ni inte

La fiesta de Gabrielle













Con 5 años tenía el pelo corto, moreno y con flequillo. Gabrielle, escrito con “LL” y “E” final, era más bajita que yo, las mejillas salpicadas de pecas y una hermana mayor que nosotras, pelirroja, cuyo cumpleaños era cinco días antes que el mío.

Gabrielle era mi mejor amiga.

Yo vivía en un 5º piso, desde la ventana de la cocina siempre veía un bosque de castaños. Descubrí que eran castaños el día en el que rompí una especie de cáscara llena de púas y salió de ahí el fruto. No me gustaban las castañas asadas porque en ellas podías encontrar gusanos sin cara, no como los de los cuentos que siempre sonreían.

A Gabrielle le encantaban.

Un día, Gabrielle me dio una cartita, ponía mi nombre escrito, Christina, sí, escrito con "H", como el de la cantante pop que tanto le gusta a mi hija. El próximo sábado celebraba su sexto cumpleaños en la casa de campo de su abuela.

La emoción festiva me impidió dormir la última noche antes del emocionante evento. Mi madre había decidido que para la fiesta de Gabrielle me pondría uno de mis vestidos de domingo, el que más me gustaba, el de nido de abeja, estampado de margaritas, fondo negro y lacitos rojos a modo de tirantes. No entendía por qué me iba a poner ese precioso vestido, si estaba reservado sólo para los domingos y según ponía en la cartita era sábado. Pero me encantaba.


Me levanté muy muy temprano, iba a ser un día especial, desayuno con Eko, no podía tomar cola cao, tostaditas sólo con mantequilla y un baño memorable con mi pato llamado “Pato”. Todo era perfecto hasta que vi aparecer a mi madre con aquello, eran unas bragas de punto y encaje blancas, con lacitos rosas, no daba crédito a lo que tenía delante de mí, era lo más horroroso que había visto en mi vida. A tan temprana edad ya tenía mi criterio muy claro, y aquello era lo peor que había visto. A mí me gustaban las braguitas de algodón, con mariposas, corazones, nubes o cerezas.

No podía ir al cumpleaños de Gabrielle con “eso”. Intenté en vano utilizar todas mis dotes de persuasión de niña que conocía. Salí con las bragas puntillosas puestas, mi madre era insobornable a besos.

La casa de la abuela de Gabrielle no era una piso de ladrillo como el mío, era una mansión, en el colegio me habían hablado de esas casas enormes, y era así, justo como me las había imaginado.

Gabrielle tenía muchísimos invitados. Jugamos al escondite, a pilla pilla, al salto dentro de sacos, a carreras con esos balones de goma enormes con dos orejitas y un millón de diversiones más. Todo era mejor de lo que me había podido imaginar, y eso que normalmente me imaginaba todo tan minuciosamente que nunca llegaba nada a sorprenderme. Igual que ahora.

El calor de ese mes de julio, aunque fuese en Ginebra, era sofocante. Esa fue mi perdición.

De pronto oí a la abuela de Gabrielle gritar con una gran sonrisa:

-Venga niños, fuera camisetas, vestidos, faldas y pantalones, vamos a refrescarnos a ritmo de samba y manguera.

Me petrifiqué, no podía moverme, cómo iba a ser posible, ahora tendría que enseñar las bragas de punto y lacitos a todo el mundo, iba a ser el hazmerreír. Saqué fuertas, intenté alejarme, pero estábamos vigilados y me cortaron el paso. Una señora con aire simpático se acercó a mí, me levantó los brazos y me sacó el vestido de margaritas. Quería llorar, fui fuerte y me contuve. Todos seguían riendo, corriendo, huyendo de las ráfagas de agua, y yo sin moverme, hasta que Gabrielle se acercó, me cogió de la mano y me dijo:

- Corre, corre Christina, que te van a mojar tus braguitas preciosas .

La diversión y esas palabras hicieron olvidar mi gran vergüenza, no paramos de jugar hasta el atardecer. Todos estábamos muy cansados y felices. Empezaron a venir los padres a recogernos. La madre de mi mejor amiga Gabrielle se acercó a la mía y le dijo ante mi gran asombro:

-Por favor, dime dónde has comprado las braguitas de Christina son maravillosas. Son una obra de arte. Quiero comprarles a mis hijas, y mi cuñada me ha dicho que también quiere para mi sobrina. Nunca habíamos visto nada tan bonito.

Sonreí.

Desde entonces, siempre que me invitan a una fiesta me compro ropa interior especial, nunca se sabe cuándo enseñarás las bragas.

Comentarios

Miguel Ángel ha dicho que…
Haces bien en llevar ropa interior especial. A mi hace años, cuando comencé a viajar por cuestiones de trabajo y a dormir en hoteles, mi madre solia decirme:
- "Duerme con pijama o ropa interior bonita, no sea que tengas que salir de la habitación rápidamente porque pase algo".

Buen consejo, pero en los hoteles sigo durmiendo desnudo, y de momento, jamás he tenido que salir corriendo.

En cualquier caso, en las fiestas, inocentes o no tantos, no te lleves las braguitas de punto y lacitos, sabes que hay otras mejores.
Anónimo ha dicho que…
gran verdad sabia cris
Arual ha dicho que…
Y desde entonces Cris te gastas una pasta en lenceria ¿a que si?
Anónimo ha dicho que…
apasionante historia

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