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10 cosas de una vida incompleta

¿Os habéis sentido alguna vez como que no tenéis nada completo? Que las cosas están a medias y no sabes cómo hacer para cerrarlas y terminarlas. Quizás es que no se pueda. Pero la sensación es de vacío. Hoy me siento así. Son las dos de la mañana y tres minutos y para paliar este nudo existencial y que me vuelva el sueño voy a hacer una lista chorra sobre cosas que hacen que sientas que tu vida sea incompleta. Ya sabéis, se trata de ese tipo de listado que tanto se llevan y que los medios de comunicación tanto utilizan para conseguir más visitas, objetivo que no es el mío. Si tenéis alguna que añadir,  bienvenida será: 1- No tener una casa propia. 2- No haber escrito nada bueno. 3- No tener un trabajo que te guste. 4- No sentir una vocación por nada en concreto. 5- Ir de puntillas sin hacer ruido. 6- No quejarte lo suficiente. 7- No decir lo que piensas (ésta va muy relacionada con la 6).. 8- No gritar cuando lo necesitas (ahora mismo). 9- No cumplir tus sueños, ni inte

La firma

Federico llevaba entrenándose desde que tenía uso de razón. En 1981, cuando tenía cinco años, su padre comenzó con él las clases de reeducación. No quería que su hijo sufriera lo mismo. Federico guardaba en el presente los recuerdos que pasó con él. Jugaban al fútbol, escribían caligrafía, hacían sumas usando los dedos como le había enseñado su abuelo, comían sopa, filetes y helados, y se abrazaban por el lado correcto como indicaba la norma del nuevo régimen.
Eran felices. Federico nunca olvidaría los años que pasó con su padre. Se enteró mucho más tarde de que éste había sido asesinado por las brigadas verdes. Su padre murió fusilado por ser zurdo con el agravante de apellidarse ‘Izquierdo’. Federico consiguió, gracias a unos parientes exiliados en Suiza, un nuevo apellido, Rivera, y pasaporte que nunca utilizó. Los organismos internacionales se mantuvieron al margen. No querían oír hablar de contiendas bélicas anti siniestras.
En el año 2000 se impuso la nueva norma. Federico iba a ser de los primeros de su generación en pasar el test para optar a un puesto en la administración pública. Tenía miedo. Esa tarde, además de las pruebas del temario, se sometería al examen de los ‘verdaderos diestros’. No podía trabajar para el Estado si no era reconocido con la categoría de ‘Ciudadano auténtico de la dictadura de la derecha’. No podía fallar.
Sabía que desde que tenía memoria había sido amaestrado para pasar inadvertido en la sociedad y no ser estigmatizado. Salió de casa con el pie derecho. Se encontró con su vecino, vestido con el uniforme de la brigada, en el rellano:
-Tú no necesitas la suerte. Eres de los nuestros.
-Gracias. Las pruebas son muy duras…no sé yo...
-Doy la mano derecha por ti, Federico… Y si ves a algún siniestro rondando por ahí, ya sabes lo que tienes que hacer...
-Descuide, todos estamos alerta ante esos zurdos desviados.
Siguió caminando. Recordó al ver pasar los coches el momento en el que la ley número 28 de la ultra derecha obligó a todos los coches a ser automáticos y a llevar el volante al otro lado, como lo ingleses. Las personas mayores aún no se habían acostumbrado y los atropellos de peatones se quintuplicaron en la última década. No iba a cometer ningún descuido. Era imposible. La gente iba peinada toda con la raya al mismo lado. Federico tenía un remolino y le costó mucho vencer a la gravedad de su pelo. Su pie izquierdo era más grande. Fue un gran problema, las partes más desarrolladas del cuerpo tenían que estar a la derecha. Lo consiguió solventar con un pequeño tajo en el talón izquierdo. Estaba preparado. No le descubrirían. Intentaba convencerse de lo que pensaba. Cada paso hacia el tribunal le hacía más fuerte. Pensaba en su padre, en todo lo que había hecho por él, en su sacrificio desinteresado. Conseguir que él fuera un ciudadano de primera, un diestro genuino, nacido zurdo.
Al entrar en el departamento de la administración por la salvaguardia de la derecha, un panfleto cayó en su mano: ¡Denuncia!, acaba con los deformes zurdos radicales. ¡No merecen vivir! Federico, sin detenerse, arrugó el papel con toda su fuerza. ¿Por qué tenía que seguir con el engaño? ¿Por qué continuar con la farsa? ¿Por qué no morir como su padre? La tensión, la cobardía y el temor le abandonaron. Se sintió liberado por primera vez. Saludó al tribunal. Le esperaban horas de absurdas pruebas, de motricidad, psicológicas, de urbanidad, físicas, armónicas, musicales y sexuales.
- Don Federico Rivera, firme las instancias para que de comienzo el examen de aptitud para la ciudadanía del Estado.
Les miró, se acercó lentamente, cogió con determinación el bolígrafo con su mano izquierda y, sin vacilar, escribió su nombre y apellido, el mismo que el de su padre: Federico Izquierdo.

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