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10 cosas de una vida incompleta

¿Os habéis sentido alguna vez como que no tenéis nada completo? Que las cosas están a medias y no sabes cómo hacer para cerrarlas y terminarlas. Quizás es que no se pueda. Pero la sensación es de vacío. Hoy me siento así. Son las dos de la mañana y tres minutos y para paliar este nudo existencial y que me vuelva el sueño voy a hacer una lista chorra sobre cosas que hacen que sientas que tu vida sea incompleta. Ya sabéis, se trata de ese tipo de listado que tanto se llevan y que los medios de comunicación tanto utilizan para conseguir más visitas, objetivo que no es el mío. Si tenéis alguna que añadir,  bienvenida será: 1- No tener una casa propia. 2- No haber escrito nada bueno. 3- No tener un trabajo que te guste. 4- No sentir una vocación por nada en concreto. 5- Ir de puntillas sin hacer ruido. 6- No quejarte lo suficiente. 7- No decir lo que piensas (ésta va muy relacionada con la 6).. 8- No gritar cuando lo necesitas (ahora mismo). 9- No cumplir tus sueños, ni inte

Sinfonía nº 9

Mientras Leonardo bebía el último sorbo de su ‘Marqués de Riscal’ pensó que ya iba siendo hora de que Juanma abriese otra botella de vino. En ese mismo instante Valeria se dio cuenta de que ya había tomado demasiado con el aperitivo y que empezaba a sentir vergüenza por las estupideces que Leonardo había dicho sobre el arte primitivo de los gauchos. Cada día le aguantaba menos. Marta aprovechó que sus invitados estaban abstraídos para hacerle una sutil señal a Juanma para que trajese más tinto. Bastante tenía con haberse ocupado de la dorada a la sal y de la crema de verduras para estar pendiente, un sábado por la noche, del amigo beodo argentino de su marido y de su pedante y siliconada mujer. Nunca le habían caído bien los rioplatenses. Al menos los que ella había conocido en España.
En la cocina Juanma buscaba en su mini bodega termoeléctrica, último regalo del día del padre, cuando apareció Valeria. Le cogió por detrás y empezó a acariciarle con el celo de una bestia.
Cómo le ponía verle con vaqueros, nunca le había tocado con unos puestos, y, sobre todo, hacerlo en su casa, la de su idílica familia. Ya estaba hasta la coronilla de polvos rápidos a la hora de la comida, menos mal que todo iba a acabar. Esa noche contarían la verdad a sus respectivas parejas. Valeria llevaba casi un año así, corriendo desde la galería de arte de Leonardo, su marido, hasta el hotel Intercontinental todos los lunes y miércoles, era una situación demasiado rutinaria para no convertirla en algo diferente y menos opaca. No todo iba a ser tan fácil para Valeria.
Marta no sabía de qué hablar con Leonardo. Nunca le había caído bien. ¿Por qué tardarían tanto en volver? ¿Estaría Juanma prensando las uvas? Y a ésa, ¿qué le pasaba, se creía acaso Rafaela Carra? ¡Qué poca clase! Leonardo alabó su buen hacer de anfitriona y la suculenta cena con la que les había agasajado. Marta era su prototipo de mujer, alta, morena, elegante, con el pelo corto a lo garçon, atractiva y discreta. La antítesis de Valeria. Desde el día en que se la presentó Juanma, hacía ya un par de años, se había enamorado como un niño. Todos los días en el almuerzo, cuando estaba solo imaginaba cómo sería su vida con ella. Había construido un mundo perfecto en el que Marta era el centro. De pronto, un arrebato le lanzó hacia ella. Fue inevitable. La besó.
En el silencio del salón, la blackberry de Juanma entonó el himno de la alegría. Los labios de Marta y Leonardo se separaron bruscamente. La puerta de la cocina se abrió de un golpe. Los pasos de Valeria se dirigieron al baño principal y los de Juanma, sin nada en sus manos, corrieron hacia Beethoven. Marta miraba cómo su marido salía para hablar en privado, Leonardo admiraba la boca de Marta y Valeria que, entró en ese instante, pensó que, dentro de muy poco, por fin su vida cambiaría. Os preguntaréis, al igual que Marta y sus dos invitados, que quién llamaría un sábado de madrugada a Juanma. No os impacientéis, diez minutos después regresó al salón y con expresión solemne anunció:
“Marta amor mío, Leonardo querido amigo, Valeria, estáis frente al nuevo Secretario General del Consejo de la Unión Europea. Sois los primeros en saberlo”.
Esta sinfonía quedaría inacabada.

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