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10 cosas de una vida incompleta

¿Os habéis sentido alguna vez como que no tenéis nada completo? Que las cosas están a medias y no sabes cómo hacer para cerrarlas y terminarlas. Quizás es que no se pueda. Pero la sensación es de vacío. Hoy me siento así. Son las dos de la mañana y tres minutos y para paliar este nudo existencial y que me vuelva el sueño voy a hacer una lista chorra sobre cosas que hacen que sientas que tu vida sea incompleta. Ya sabéis, se trata de ese tipo de listado que tanto se llevan y que los medios de comunicación tanto utilizan para conseguir más visitas, objetivo que no es el mío. Si tenéis alguna que añadir,  bienvenida será: 1- No tener una casa propia. 2- No haber escrito nada bueno. 3- No tener un trabajo que te guste. 4- No sentir una vocación por nada en concreto. 5- Ir de puntillas sin hacer ruido. 6- No quejarte lo suficiente. 7- No decir lo que piensas (ésta va muy relacionada con la 6).. 8- No gritar cuando lo necesitas (ahora mismo). 9- No cumplir tus sueños, ni inte

El árbol de Lea

— ¡Leota! Apaga la luz de una vez. Siempre con esos cuentos que solo dicen tonterías. No voy a repetírtelo más. Lea, vivía con su tío.

Hacía un año que su mamá se había ido. La última vez que la vio en el hospital le dio un libro y un beso de algodón.

Esa noche llovía como si el mar se hubiese ido al cielo y cayese en gotas enfadadas. Lea tenía miedo de los relámpagos y solo se calmaba cuando leía.

Salió de la habitación, miró a su tío y, entre lágrimas, le dijo que tenía miedo. Lea no soportaba ni los gritos ni las tormentas.

— No me vengas con lloriqueos. A ver si vas a tener que hacerlo con razón... Lea se metió en la cama y se tapó hasta el último pelo de la cabeza. Abrazó el libro que le había regalado su mamá y deseó desaparecer.

Al dormirse, Lea soñó que volaba tan alto que su pueblo se transformaba en traviesos puntitos verdes y marrones que no dejaban de brincar. 
Un rayo de sol entró de puntillas para acariciarle la mejilla a Lea y la despertó.

Lea, frotándose los ojos, se asomó a la ventana. Seguía lloviendo, pero las gotas eran hojas de papel. ¡Páginas escritas!

Quiso bajar a comprobarlo. Entonces descubrió que su habitación estaba encaramada en un gigantesco árbol cubierto por miles de hojas de colores.

Lea cogió su maleta de encima del armario y bajó por una parte del enorme tronco que zigzagueaba en forma de escalera de caracol.

Ayudándose de su camiseta del pijama, a modo de cesto, recogió todas las hojas escritas que llovían hasta llenar la maleta. Al dejar de llover subió al árbol.

El sol se colaba en su habitación iluminando las páginas que había recogido. Con mucha paciencia, decidió juntarlas.

Con esta primera tormenta reunió un libro titulado Momo. Al terminar de leer la última página, Lea quiso ser como esa niña que sabía escuchar a los demás. Se durmió feliz.

Las lluvias eran muy frecuentes. Lea sabía que se acercaba una tormenta de páginas por el olor a papel del viento.

Ataba sábanas como si fuesen mallas de trapecista en las ramas de su árbol para recoger más páginas.
La maleta siempre abierta esperaba las lluvias en la rama de la entrada de su habitación.

Una vez recogió La isla del tesoro, y al leerlo Lea quiso ser pirata y vivir grandes aventuras.

Cuando leyó El Principito, Lea imaginó que su árbol era su Planeta. Y que ella también era una princesa.

En la última lluvia Lea juntó las páginas de un libro titulado Alicia en el País de las Maravillas. Y Lea decidió que tendría un conejo. Se maravilló al leerlo.

 Los gritos de otros tiempos se fueron evaporando con cada una de las lluvias y, con ellos, se fueron todos los miedos de Lea.

Un día sin lluvia, mientras Lea se balanceaba en el columpio de la rama más alta, oyó un silbido alegre y pegadizo que se iba acercando.

—¡Holaaaaaaa! ¡Holaaaaaaa! ¿Quién vive en este árbol? Soy Doré. Lea se asomó entre las hojas multicolores y vio a un chico de pelo muy largo con una guitarra en su espalda que miraba hacia arriba.

—Hola, soy Lea. ¿Quieres subir a mi árbol? Te puedo prestar un libro. Me han llovido muchísimos y son preciosos. Doré trepó de rama en rama como una ágil ardilla hasta que sus ojos tocaron a los de Lea.

 —Me gusta mucho tu árbol Lea. ¿Sabes que existen muchos árboles y niños y que cada uno se riega con una lluvia distinta?

—Y a tu árbol Doré, ¿qué gotas de lluvia le caen? —preguntó Lea con cara de sorpresa.

Al árbol donde vivía Doré le llovían melodías y partituras. Era amarillo, naranja y rojo. Menos frondoso que el de Lea pero tal alto como la más grande de las jirafas.

Desde ese día Lea y Doré no dejaron de compartir sus libros y su música. Escuchaban y se contaban historias, cada una de ellas iba acompañada de una música única y diferente.


 Poco después, Lea con su maleta llena de libros y Doré con su guitarra, emprendieron un largo viaje para conocer a los otros niños, sus árboles y el sinfín de cosas especiales que les traía la lluvia.

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